miércoles, 15 de febrero de 2017

El poder de las palabras





El poder de las palabras
Lina Toro


 
Nuestras palabras tienen el poder de crear y el poder de destruir, el mejor ejemplo lo podemos apreciar en una amistad o una relación, comienzan conversando y por cualquier palabra que podamos decir fuera de lugar puede terminar.



Las palabras contienen la fuerza más poderosa que posee la humanidad. Podemos elegir utilizar su fuerza constructivamente con palabras de aliento, o destructivamente utilizando palabras negativas. Las palabras poseen la energía y el poder con la habilidad de ayudar, de sanar, de obstaculizar, de dañar, y de humillar.


José Saramago, el fallecido premio Nobel de literatura, dijo en un discurso en el 2004 que las palabras no son ni inocentes ni impunes. "Hay que decirlas y pensarlas en forma consciente", puntualizó.

Toda expresión hablada, sea positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro. Una palabra negativa o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira. Y es ahí cuando la persona tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.

Las palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones. Por lo tanto, van a generar placer, sorpresa y alegría. Sin embargo, todo depende del tono, el volumen y el contexto. "Hasta la ofensa más horrible puede ser asimilada coloquialmente si se dice en tono suave".

Seguro que conocemos a alguien que cuando no se está quejando es porque está criticando algo o a alguien, no importa qué. O tenemos o hemos tenido a algún compañero o jefe para el que todo está mal o para el que aunque algo haya salido bien siempre hay mil peros.

La forma en la que hablamos (la cantidad de palabras positivas o negativas que emitimos, nuestras quejas, nuestras alabanzas, nuestras muestras de gratitud, nuestros reproches…) afecta  la percepción que los demás tienen sobre nosotros y tiene el potencial de incidir en nuestro comportamiento y nuestro estado de ánimo. ¿A quién le gusta estar cerca de un “aguafiestas”? ¿A que si no dejamos de repetir lo cansado y estresado que estamos acabamos más agobiados  y con menos ganas aún de hacer nada?

Recientes estudios de campos como la neurociencia o las teorías del lenguaje positivo han demostrado que la influencia del lenguaje en nuestras vidas no acaba ahí. No sólo afecta a nuestra forma de vivir, sentir o afrontar la vida sino que también afecta a nuestra salud y nuestra longevidad.

¿Creemos que nuestro  lenguaje es positivo? ¿Somos conscientes de la cantidad de veces que nos quejamos al día? ¿Tenemos  alguna muletilla con la que nos estamos dañando a nosotros mismos o a nuestro entorno? Muchas veces no somos conscientes de la negatividad que transmitimos con nuestras palabras. La ciencia, en este sentido, puede ayudarnos. Hoy en día las herramientas informáticas de análisis de texto nos permiten estudiar nuestro lenguaje cotidiano e iniciar una nueva era en el estudio psicológico del idioma.

Pero no hace falta recurrir a la ciencia darnos cuenta de que si nos quejamos menos vivimos mejor.


Quiero ser más feliz, tener una vida más saludable y productiva. Pero, ¿cómo empiezo? El primer paso, que es el darse cuenta del poder de nuestro lenguaje, ya lo hemos dado. Ahora solo debemos entrenarnos para de forma consciente ir desterrando de nuestro vocabulario aquellas palabras que nos perjudican e ir adoptando hábitos lingüísticos más positivos.

  • Sustituir “pero” por “y”. Cuántas veces hemos dicho frases del estilo “quiero ir a la playa o al cine o a un concierto o a una charla pero tengo que trabajar o estudiar o planchar o recoger la casa”. Y, ¿qué pasa en nuestro cerebro si en esa misma frase sustituimos el “pero” por un “y”? Quiero ir a la playa y tengo que estudiar. Cuando utilizamos la palabra “pero” estamos generando un conflicto, una contraposición, estamos dando por sentado que una cosa imposibilita la otra. Sin embargo si utilizamos la palabra “y” nos estamos diciendo a nosotros mismos que hay dos cosas para hacer y que es posible hacerlas, solo que tenemos que encontrar la forma de hacerlas. A lo mejor ese día podemos comer en media hora en lugar de en una hora y así poder llegar a tiempo a ver la película que queremos.
  • Sustituir “tengo que hacer” por “quiero hacer”. Este ejercicio lo que nos viene a demostrar es que las cosas que hacemos en nuestra vida, incluso las que no nos apetece hacer, las hacemos porque así lo hemos elegido. Puede que un día no nos apetezca acabar un informe y sintamos que lo “tenemos” que hacer por obligación, pero el beneficio de hacerlo (el tener un trabajo, poder mantenernos a nosotros y a nuestra familia, etc.) es mayor que el tedio que nos produce redactarlo. Por tanto, sí que queremos hacer ese informe, nosotros elegimos hacer ese informe.
 Otros consejos muy prácticos que nos pueden servir de ayuda son:


  • Elogiar. Fijarnos en lo que nos  gusta y en lo que hacen bien aquellos que nos rodean y házselos  saber.
  • Respetar. No siempre podemos estar de acuerdo en todo pero eso no es excusa para menospreciar las ideas y propuestas de los demás. Valorémoslas  y aceptémoslas. Un ejercicio muy sano es ponerse en el lugar del otro y ver cuál es la intencionalidad de aquello que hace y dice.
  • Enriquezcamos. Nuestro discurso debe sumar y no restar. Para ello palabras como “solución, reto, suma, crece, aprendizaje, proactividad, posibilidad, crecer, construir, genial, excepcional…” deben formar parte de nuestro vocabulario. Quitémosle importancia a los errores y enfoquémonos en las soluciones y los aprendizajes.
  • Responsabilicémonos. Evitemos las quejas hacia otros, la culpabilidad y el victimismo. Tratemos  de formar parte de la solución y no del problema.
  • Evitemos la mediocridad. No insultemos, no critiquemos, los términos ofensivos solo crean barreras y malestar. Tratemos de desterrar de nuestro vocabulario palabras como fracaso, problema, lucha, amenaza, destruir, queja.
  • Tomemos  conciencia de nuestras coletillas y muletillas. ¿Nos hemos  fijado que hay gente que su primera respuesta es no aunque quiera decir que sí?.
  •  Hagamos preguntas en lugar de ordenar. En lugar de “tiene  que hacer esto” podemos decir “¿qué le parece si ahora hacemos...?”.
  •  Formulemos en positivo. Una frase tan común como “y no se le olvide” incita a la desconfianza y en este caso al olvido.
  • Prioricemos los estados de ánimo que queremos sentir. Podemos influir en nuestro estado de ánimo a través del lenguaje. Si estamos continuamente diciendo que nos encuentras mal seguro que acabaremos encontrándonos  peor. Una reflexión: ¿qué es lo que habitualmente respondemos cuándo nos preguntan cómo estamos? somos de los que respondemos “regular” o de los que decimos que va “bien”.
  • Seamos  curiosos. Escuchemos  a los demás de forma activa y demostrémosles que les estamos prestando atención. Frases como “cómo usted  bien dice” o “cómo sé que le gusta”, nos ayudarán.
 Es increíble el efecto que producen las cosas que decimos. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo que decimos y mucho menos de las consecuencias.

Las palabras son un reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos. Lo primero que nos ocurre es tener un pensamiento que puede ser bueno o malo, luego, si no cortamos ese pensamiento, se puede transformar en palabras y posteriormente en acciones. Por eso es importante inclusive revisar nuestros pensamientos porque allí comienza todo. 

Muchas veces lastimamos, ofendemos o enredamos las cosas sólo con lo que decimos o dejamos de decir, por eso tenemos que pensar antes de hablar. Una vez alguien dijo: "Dios nos dio dos oídos y una sola boca, usémosla en esa misma proporción", es decir escuchemos más y hablemos menos.

Las palabras encierran un poder que desconocemos pero que cada día se comprueba más y más, trabajan sobre nuestro cerebro constantemente enviándole información. Esta información genera en nosotros sentimientos, actitudes, pensamientos, etc. Si hablamos cosas positivas, es mayor la probabilidad de que sucedan cosas buenas, si hablamos cosas negativas, pues eso será lo que recibamos.

De nosotros depende  si  las usamos para bien o para mal, tanto para nosotros  como para los demás.

"Nuestro lenguaje forma nuestras vidas y hechiza nuestro pensamiento".

Albert Einstein.


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