La búsqueda de la felicidad es un derecho legítimo de todo ser humano. Los estudios apuntan que cada persona tiene un rango de felicidad determinado, al igual que sucede con el peso humano, de la misma manera, según las nuevas investigaciones, indican que la felicidad puede aumentarse de forma duradera. La psicología positiva muestra que se puede llegar a vivir dentro de los límites más elevados del rango fijo de la felicidad.
La felicidad se puede definir como una combinación sobre la satisfacción con la vida (familiar, de pareja, trabajo) y el bienestar que se siente en el día a día.
Ser feliz, significa encontrarse en un estado mental de bienestar compuesto de emociones positivas, desde alegría hasta placer. El concepto de la felicidad es difuso y su significado puede variar para distintas personas y culturas. Términos relacionados son bienestar, calidad de vida, satisfacción y plenitud.
La Psicología Positiva, se base en tres pilares, enunciadas por Seligman en su libro “La Autentica Felicidad” y ellos son: emoción positiva; los rasgos positivos, sobre todo las fortalezas y virtudes, pero también las “Habilidades” como la inteligencia y la capacidad atlética y las instituciones positivas, como la democracia, la familia unida y la libertad de información, que sustentan las virtudes y a su vez as emociones.
Las emociones positivas como la seguridad, la esperanza y la confianza son más útiles en momentos difíciles, mientras que, en época de dificultad, comprender y reforzar las instituciones cobran importancia.
La felicidad se puede ir conquistando poco a poco, estando muy ligada a un proceso de crecimiento interior que conduzca a la persona a ser cada vez más ella misma, desplegando todas sus potencialidades; a no vivir pendiente del éxito social o del parecer; a lograr tener el poder sobre su propia vida, sintiéndose cada vez más libre de las ataduras externas e internas; al sentido de la propia existencia, . Por ello, analizamos también en qué consiste crecer y qué es lo que favorece y dificulta este proceso de crecimiento interior. Situados en esta perspectiva, defendemos que la felicidad y el optimismo ante la vida es algo que no se adquiere porque sí, o sólo porque queremos.
La felicidad requiere de un profundo y prolongado trabajo interior, para conocer nuestras potencialidades y límites y poder actualizarlas y ayudar a que crezcan en nuestra vida y relaciones. Pero, para crecer en libertad, alegría, optimismo, capacidad de amar, paciencia, bondad, lucidez, sabiduría, apertura a la vida, etc., frecuentemente es necesario hacer un trabajo de curación de las heridas de la sensibilidad, que impiden a la persona actualizar lo que es y ser feliz. Además, es imprescindible llevar a cabo un proceso de reeducación para transformar actitudes y formas de funcionar, adquiridas a lo largo del proceso de desarrollo, que hacen daño a la persona, impidiéndole ser ella misma y feliz.
Este proceso de crecimiento y desarrollo personal, muchas veces requiere de una ayuda que permita a la persona ser consciente de sí misma y de lo que le dificulta ser feliz, para caminar poco a poco en la dirección de su propia realización y felicidad. A pesar de esto, proponemos algunas ideas para ser felices y que es posible llevar a nuestra vida, como vivir el presente, centrarnos en lo positivo, disfrutar de las pequeñas cosas.
Es frecuente confundir la felicidad con tener unas condiciones de vida favorables y abundantes recursos materiales, algo que, indudablemente, ayuda a tener más oportunidades de satisfacción, pero que no determina la felicidad. Si observamos a nuestro alrededor, podemos comprobar que no todas las personas que poseen muchos bienes (dinero, salud, belleza, juventud, una buena posición económica, un buen clima social…) son felices, ni todas aquellas que no los poseen son infelices. En efecto, podemos encontrarnos con personas que lo tienen “todo” pero que están profundamente insatisfechas, muchas veces porque se comparan con otros y se encuentran en desventaja.
La felicidad no depende de lo que los demás dicen, sino de lo que vivimos en nuestro mundo interior, y por eso hay personas que, aun teniendo muchas cualidades y recursos personales, son infelices, porque ni tan siquiera pueden reconocerlos y ponerlos en práctica en su vida. La imagen que tienen de sí mismas les impide ser quienes son de verdad y esto les provoca una profunda insatisfacción.
La felicidad tampoco significa ausencia de problemas o dificultades en la vida. Ésta es compatible con los problemas inherentes a la existencia, e incluso con condiciones extremadamente difíciles (Frankl, 1992). Lo esencial es la actitud que toma la persona ante la vida y las circunstancias que se le presentan, cómo se percibe y valora a sí misma, cómo interpreta y valora su realidad y su vida, cuáles son sus creencias en torno a cómo vivir y relacionarse, y, también, qué capacidad tiene para disfrutar de la vida y de sí misma. Así, podemos mirar el mundo con gafas oscuras o mal graduadas, y entonces la realidad aparecerá negra, desenfocada, empequeñecida o agrandada, o contemplarlo con unas gafas claras y bien ajustadas que nos permitan ver la realidad tal cual es. (Hernández, 2002; Ellis, 1980).
La felicidad depende también de las aspiraciones y deseos de la persona, que le van a conducir por diferentes caminos en la vida. ¿Son los suyos o los que los demás le “imponen” ?, ¿están guiados por su interpretación de lo que “hay que hacer” en la vida, de sus exigencias autoimpuestas?
Todo esto le puede conducir por caminos de aparente satisfacción, pero de una gran infelicidad (Prh, 1997). Nuestras emociones y vivencias, muchas veces inconscientes, tienen mucho que ver con la felicidad. Ésta guarda mucha relación con el equilibrio interior, con una vivencia emocional proporcionada a lo que nos sucede. Muchas personas, heridas en su sensibilidad, reaccionan de forma repetitiva y desproporcionada ante ciertas situaciones o personas, como si se encontrasen de nuevo ante aquella situación o persona que les hirió en el pasado (Prh, 1997; Prh, 2003).
La felicidad tiene mucho que ver con el sentido de la propia vida, con encontrar valor y disfrutar cada momento como algo único y valioso a vivir, aceptando lo que es, disfrutando y viviéndolo desde quien uno es, sin más. La persona se siente feliz cuando vive fiel a sí misma en cada momento, sin esperar el reconocimiento de los otros o el ajuste a los criterios sociales o familiares, viviendo en una actitud de escucha a quien es, y decidiendo de forma libre y responsable.
No existe mayor satisfacción que la de sentirse uno mismo, actualizando todo lo que somos en el fondo y lo que nos “completa” al vivir, sintiéndonos en plenitud, incluso ante lo más simple, dejándonos fluir e impregnar de quienes somos y de lo que tenemos alrededor. En definitiva, sintiendo la satisfacción de ser quienes somos junto a los otros. La felicidad se relaciona con la sensación de libertad interior, de hacer y vivir desde uno mismo, sin dependencias ni imposiciones, reconociendo los valores y límites en uno mismo y en los demás. Muchísimas insatisfacciones ante la vida están relacionadas con no ser y desplegar en nuestra vida aquello que somos en el fondo. Por esto, también guarda relación con el compromiso con una tarea, en la que podemos desarrollar nuestras mejores cualidades y ser quienes somos.
En este sentido, la felicidad tiene mucho que ver con nuestra capacidad para estar interesados en algo. El flow, término acuñado por Mihaly Csikszentmihalyi (1997), se experimenta al tener una experiencia plena. Es un sentimiento de estar bien, de plenitud, de felicidad, que se da cuando hacemos algo que concentra nuestra atención al máximo, que saca lo mejor de nosotros mismos, implicándonos plenamente. Es una especie de corriente que atraviesa, impulsa y dirige las vidas de quienes poseen esa emoción o son poseídos por ella.
El flow se experimenta al realizar actividades que tienen un sentido. La felicidad está ahí, en las actividades que tienen un sentido personal. No está en el ocio o en no hacer nada.
Sentirse feliz implica poder vibrar ante la vida, tener una mirada entusiasta y optimista ante ella (Avia y Vázquez, 1998), hacer de cada momento algo especial a vivir, disfrutar de lo pequeño, de lo sencillo, detenerse y admirar la belleza donde quiera que esté, contemplar, implicarnos y disfrutar cada experiencia, sin anticipar ni esperar nada, sólo vivirla. Otras condiciones importantes para sentirnos felices son tener un cierto control sobre lo que hacemos, sobre nuestro trabajo, sobre nuestra vida, y vivir alejados del estrés. Sin embargo, nuestra actual organización laboral y social genera en las personas mucho estrés y una sensación de falta de control, que puede conducirles a creer que “haga lo que haga no va a tener ninguna repercusión” (Seligman, 1983).
Todo ello contribuye a la sensación de infelicidad. Por todo esto, podemos afirmar que la felicidad es algo interior que tiene mucho que ver con la emoción que ponemos en nuestra vida, en lo que hacemos, con aquello que nos motiva y que está relacionado con poner en juego nuestras cualidades y valores, comprometiéndonos en ello, lo que nos conduce a una satisfacción profunda con nosotros mismos porque nos hace ser y crecer en quienes somos de verdad (Prh, 1990, 1997). De ahí que los atajos de la felicidad como el dinero, las drogas, el sexo, el activismo, el no hacer nada… sean fórmulas que únicamente proporcionan una satisfacción que, con frecuencia, es muy breve.
El denominado “bienestar subjetivo” es una evaluación que hace la persona en torno a su vida, una evaluación global sobre la satisfacción con la misma, recalcando el predominio de las emociones y sentimientos agradables sobre los de desagrado o de malestar. En definitiva, consiste en que la persona se sienta bien, no porque los demás lo digan sino porque es lo que ella siente.
Y recuerde que:
Realmente muy interesante este articulo, me interesa seguir en contacto con ustedes. Muchas gracias.
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